Correr hasta el final. Gabriela Andersen-Schiess

Una de las cosas que me han hecho amar tantísimo el deporte desde pequeño han sido los JJOO. La competición en sí, el hecho de reunir tantos deportes juntos en una misma ciudad cada cuatro años, las pequeñas historias detrás de cada prueba o cada deportista... es algo que, sin duda, me ha servido para organizar mis recuerdos en mi olvidadiza cabeza a base de mañanas, tardes o noches (dependiendo del continente) sentado frente a la tele y deseando ser como ellos. Como todo ellos. Porque los que amamos el deporte también odiamos el hecho de que sólo una vez cada cuatro años (y por conveniencia para hacer patria) se hable y se preste atención a otros deportes que no sea el fútbol.
Los JJOO, como decía, están llenos de historias que a veces me cuesta distinguir de las leyendas. Para mí las historias son las que he vivido y las leyendas las historias de cuando yo aún no existía. Así, seguro que todos habréis oído hablar del zasca histórico de Jesse Owens en la cara de Hitler en 1936, el oro en maratón de Abebe Bikila corriendo descalzo en 1960, el 10 en paralelas asimétricas de Nadia Comaneci en 1976 o, más recientemente, los ocho oros de Michael Phelps en Pekín 2008, sin olvidarnos de nombres como Mark Spitz, Carl Lewis, el Dream Team, Usain Bolt y tantísimos deportistas que superaron los límites humanos para que pudiéramos recordarlos eternamente.

El caso es que igual a muchos de vosotros no os sonará el nombre de Gabriela Andersen-Schiess. Esta suiza, nacida en 1945, llegó a correr la prueba del maratón en Los Ángeles 1984, acabando en el 37º lugar de 44 participantes. ¿Y qué tiene eso de especial?

Pues que, sin quererlo, se convirtió en la imagen más clara y a la vez sobrecogedora del esfuerzo y el verdadero espíritu olímpico. ¿Y qué fue lo que pasó?

Gabriela corría, como hemos dicho, la maratón en las Olimpiadas de Los Ángeles'84, la primera maratón femenina, por cierto, en la historia de los JJOO. La prueba se estaba disputando con más de 30ºC sobre el asfalto y unas terribles condiciones de humedad del 96%. Gabriela, que para nada contaba como una de las favoritas, andaba al límite de sus fuerzas cuando se le pasó recoger agua en el último punto de avituallamiento, llegando a los alrededores del estadio olímpico totalmente deshidratada, acalambrada, desorientada, con los brazos colgando y sin prácticamente poder mover la parte izquierda de su cuerpo en lo que han sido los 400 últimos metros más agónicos de la historia de esta prueba:


Vídeo: Canal de Youtube de Palantzas Kostas

Como se ve en el vídeo, la preocupación entre los organizadores y los médicos era patente, ya que el que Gabriela cayerá al suelo inconsciente era cuestión de segundos, pero ella les balbuceaba que se apartaran y que la dejaran en paz, ya que si recibía algún tipo de ayuda sería automáticamente descalificada, cosa que, como ella misma reconocería tras la carrera, hubiera sido el mayor fracaso de su vida, al contar con 39 años y ser la única oportunidad que tendría de terminar una prueba olímpica. El público se debatía entre la preocupación y el aplauso atronador. Más incluso que los que recibió bastantes minutos antes Joan Benoit, la vencedora. 

El cuerpo de la suiza, destrozado, vagando por la pista creyendo que aún corre, es la imagen del esfuerzo titánico, el ejemplo de la voluntad absoluta, la victoria de la mente incluso sobre el cuerpo. También podéis llamarlo Juegos Olímpicos.

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